Las primeras impresiones de quien entra en un restaurante están ligadas a una sucesión de percepciones inmediatas, esos estímulos que a primera vista son capaces de provocar los colores, la intensidad de la luz, el diseño del mobiliario, su distribución, los elementos decorativos…
Un espacio así concebido representa una carta de presentación para la clientela, a partir de la conjunción de una serie de imágenes, de flashes, que buscan generar una atmósfera entre agradable y cómoda previa a la degustación de los platos, y que también está construida por sensaciones inducidas, esas que se basan en el conocimiento del comportamiento humano, unas técnicas sobradamente estudiadas por profesionales que aplican sutiles fórmulas para la composición de ambientes.
El hecho de diseñar la personalidad de un local a partir de valores estéticos permite, al menos, ir preparando al comensal para el momento especial del encuentro gastronómico, evocando emociones que se suman a las que son propias de la experiencia culinaria.
En el caso de la pintura no solo añaden color y textura a las paredes. La fuerza de un cuadro, cualquiera que sea su formato y estilo, no supone un simple recurso para cubrir vacíos -eso que llaman horror vacui- sino el deseo de despertar cierto interés y que no haya mirada que se resista, tan solo por pura curiosidad, a recorrer, aunque sea de reojo o con un rápido vistazo sus formas y colores.
Incluso que alguien pueda ir más allá y se plantee interpretaciones subjetivas y hasta intente desentrañar sus significados para, llegados a este punto, formularse la cuestión inevitable: descubrir la autoría de la obra.
Hace unos meses, Pilar Acosta -pareja del chef Danny Nielsen y responsable del servicio de sala en este restaurante santacrucero- decidió darles una nueva vida a sus cuadros, sacarlos de su entorno doméstico y colgarlos en las paredes del local, sin otra intención que añadir unas notas de color, un ornamento al local y un pedacito de su corazón, con lo que ya desde entonces su yo interior quedaba expuesto a la vista y también al juicio público.
Con todo, la sorpresa superó sus temores iniciales desde el momento en el que la clientela, entre quienes se encuentran expertos y amantes del arte, elogiaron sus pinturas, y más aún cuando la animaron a poner la obra a la venta, como consecuencia del interés, de las emociones que habían suscitado los cuadros.
Pilar recuerda que, siendo niña, en su Garachico natal, mientras la pandilla disfrutaba jugando en la calle ella prefería la intimidad de su habitación, aquel lugar donde se sumergía en un particular mundo de colores, creando sus propias fantasías infantiles: “Era un impulso pasional”, dice.
Y confiesa que aquello se fue convirtiendo en una actitud, una forma de abstraerse, un paréntesis en su tránsito vital ajeno al tiempo y al espacio convencionales. El acto de pintar lo considera terapéutico y en este sentido comenta que siempre le ha procurado una sensación balsámica, de “paz y tranquilidad”. Lo cierto es que en sus creaciones no existe un proceso creativo concebido desde principios teóricos -ella no ha cursado estudios de arte-, sino la pura condición de una autodidacta emocional.
En el fondo sigue siendo aquella niña que se empapa las manos con la acuarela, convertida ella misma en una paleta, que a través del tacto de sus dedos su alma de artista se funde y penetra en el lienzo, jugando a mezclar los colores, explorar las formas sin límites, las tonalidades cambiantes de la mar o el cielo, definir texturas terrosas y ya pincel en mano perfilar detalles con el propósito de “desafiar la percepción y estimular la imaginación”, proclama Pilar.
Salvador Dalí sostenía que “cocinar y pintar son artes afines” y, no en vano, el blanco del lienzo también está presente en la desnudez del plato. Así, desde el mismo soporte conceptual, entendiendo como arte cualquier actividad realizada por el ser humano con una finalidad comunicativa, Pilar y Danny establecen un diálogo creativo, convirtiendo el restaurante Nielsen en un espacio donde la pintura y la gastronomía se manifiestan para contar historias y mostrar algo original, distinto, para deleitar y emocionar en la búsqueda de su ideal de belleza.
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