Habrá quien lo interprete como el resultado de la mágica conjunción de los astros y también quien lo considere una consecuencia de la más pura de las casualidades.

El hecho es que el restaurante Moral se alzaba ayer con la distinción Bib Gourmand de la Guía Michelin -que se concede a establecimientos que  sirven una cocina de calidad a precios contenidos- y lo hacía coincidiendo con el día en el que se cumplían cinco meses desde su apertura.

El Restaurante Moral

El Restaurante Moral

El equipo que forman Icíar Pérez y Juan Carlos Pérez-Alcalde, pareja en lo profesional y lo sentimental, recibió la noticia en su domicilio -ayer disfrutaban de jornada de descanso-, que fue celebrada con la lógica alegría pero bien masticada y digerida, no en vano ya conocen el sabor de las mieles del triunfo, ese estado emocionalmente siempre efímero, cuando oficiando en los fogones del restaurante Poemas by Hermanos Padrón, en el Hotel Santa Catalina de Las Palmas, conquistaron una estrella.

Lo cierto es que sí sorprende cómo a pesar de su juventud ya atesoran cierto bagaje, una madurez que los ayuda a interpretar en su justa medida las claves del complejo mundo, muchas veces ilusorio y artificioso, que rodea el espectáculo de la alta cocina.

Con todo, sí llama la atención esa fulgurante progresión para una propuesta personal y recién nacida -han sido nominados al premio cocinero revelación por Madrid Fusión-, concebida sin urgencias, plato a plato y servicio a servicio; diseñada desde un concepto sin ataduras ni clasificaciones, ajena a modas y tendencias, y que responde al principio de disfrutar del oficio, poniendo sobre la mesa sus propias ideas, y trabajado además como un negocio bien ajustado y dimensionado a sus posibilidades, por lo tanto objetivamente sostenible.

La aparición de Moral en la capital tinerfeña no ha pasado desapercibida. La gente de Santa Cruz -calificada como una clientela generalmente difícil- se deshace en elogios hacia una apuesta gastronómica que se nombra repetidamente por las esquinas, salta a menudo en cualquier conversación y se comparte como un feliz descubrimiento.

Fue hace solo cinco meses cuando Icíar y Juan Carlos abrieron ilusionados las puertas de su casa, un inmueble centenario, testigo del tiempo, un espacio en el que han conservado rasgos originales de su identidad y han acomodado con cariño, apenas siete mesas y un ambiente acogedor, de carácter coqueto y doméstico, que envuelve al comensal.

Con una carta que se lee de un vistazo y una bodega en la que algunos vinos buscan todavía su sitio, sorprenden por el manejo de las técnicas, el conocimiento del producto y, sobre todo, por el atrevimiento de unas propuestas de factura actualizada pero con hondas raíces tradicionales. Santa Cruz está de enhorabuena. El talento cocina  aquí mismo, en la capital.

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