El 25 de octubre celebramos el Día Mundial del Champagne, una fecha que nos invita a levantar nuestras copas y rendir homenaje a una de las bebidas más exclusivas y sofisticadas del mundo. Históricamente reservada para las celebraciones más importantes de la realeza y las élites, la champaña ha conservado su estatus como símbolo de lujo, éxito y refinamiento.
Cada burbuja encierra siglos de tradición y un legado que ha perdurado hasta nuestros días, haciendo que cada botella sea más que un simple vino espumoso: es la esencia de la excelencia.
Un invento lleno de historia: del accidente a la gloria
Aunque muchos piensan que el champagne fue «inventado» por Dom Pérignon, un monje benedictino, la realidad es más compleja. En el siglo XVII, los vinicultores de la región de Champagne luchaban con un problema: sus vinos, debido al frío clima de la región, comenzaban a fermentar por segunda vez una vez embotellados, generando burbujas de manera inesperada.
En ese entonces, las burbujas eran vistas como un defecto, hasta que Dom Pérignon, que estaba a cargo de la bodega de la Abadía de Hautvillers, trabajó arduamente para controlar y perfeccionar este proceso.
Cuenta la leyenda que al probar el primer champagne bien elaborado, Dom Pérignon exclamó: «¡Estoy bebiendo estrellas!». Aunque la veracidad de esta anécdota sigue siendo objeto de debate, lo que sí es cierto es que su esfuerzo por estabilizar el proceso de fermentación secundaria y mejorar la calidad del vino espumoso sentó las bases de lo que conocemos hoy como champagne.
Otro dato curioso es que los ingleses también desempeñaron un papel importante en la historia del champagne. En el siglo XVII, para aquel entonces, ellos importaban vinos de la región de Champagne y embotellaban estos vinos inacabados. Fueron los ingleses quienes dieron en el clavo, gracias al grosor de sus botellas de vidrio que eran mucho más robustas, lo que significó que la fermentación secundaria se llevara a cabo sin que las botellas explotaran, algo que ocurría con frecuencia en las bodegas francesas de la época debido a la fragilidad del vidrio frances.
Una bebida marcada por la innovación y la tradición
El champán no es solo una bebida de celebración, sino un vino único cuyo proceso de elaboración requiere de una maestría especial. El método tradicional, conocido como méthode champenoise, implica una segunda fermentación en botella, una técnica que asegura una efervescencia fina y persistente que ninguna otra bebida puede igualar. Las tres uvas fundamentales que conforman este vino —Chardonnay, Pinot Noir y Pinot Meunier— juegan un papel crucial en la complejidad de sus aromas y sabores, garantizando un equilibrio perfecto entre frescura y estructura.
Un nombre esencial en la historia moderna del champagne es Bernard de Nonancourt. Tras la Segunda Guerra Mundial, en 1948, tomó las riendas de la Maison Laurent-Perrier y revolucionó el estilo del champagne, apostando por la frescura y elegancia que hoy lo caracterizan. A diferencia de sus contemporáneos, que preferían un champagne más dulce, Nonancourt optó por reducir el uso de azúcar y dar protagonismo al Chardonnay, lo que transformó el perfil del champagne, haciéndolo apto para acompañar cualquier momento, y no solo el postre.
La creación del Grand Siècle: perfección en cada sorbo
Uno de los hitos más importantes en la carrera de Bernard de Nonancourt fue la creación del Grand Siècle, en 1959. Mientras otras casas se limitaban a trabajar con una sola añada, Nonancourt decidió combinar tres cosechas excepcionales, seleccionadas entre los Mejores Grands Crus, con el fin de recrear lo que él denominaba «la añada perfecta». Este enfoque no solo aportó una mayor complejidad al vino, sino que elevó a Laurent-Perrier a una categoría de prestigio sin igual en el mundo del champagne.
Su afán por la innovación no se detuvo ahí. En 1968, lanzó el primer champán rosado de maceración: Cuvée Rosé, seguido en 1981 por Ultra Brut, pionero en la categoría de champanes sin azúcar. Con cada creación, Bernard de Nonancourt redefinió lo que podía ser el champagne, demostrando que la tradición y la innovación podían convivir en perfecta armonía.
El lujo de las burbujas: un símbolo atemporal
El champagne ha sido históricamente asociado con el lujo y los momentos de celebración más importantes. Desde las coronaciones de los reyes franceses hasta los grandes eventos deportivos y culturales, este vino ha mantenido su estatus como la bebida de las ocasiones especiales. Napoleón Bonaparte, por ejemplo, es famoso por su frase: “En la victoria te lo mereces, en la derrota lo necesitas”, refiriéndose a la importancia del champagne en cualquier circunstancia. También es célebre la costumbre de los oficiales de su ejército de abrir botellas de champagne con sus sables, una tradición que aún persiste en algunas celebraciones.
Más allá de su imagen de lujo, el champagne es un producto de la tierra y del trabajo meticuloso de generaciones de viticultores que han perfeccionado su arte en la región de Champagne. Su exclusividad y su elevado precio no son casualidad: cada botella es el resultado de un proceso largo y complejo que puede durar años, desde la recolección de las uvas hasta su envejecimiento en las bodegas subterráneas de las grandes casas. No es de extrañar que siga siendo la elección predilecta para quienes buscan algo más que un simple brindis.
Un legado que perdura
El legado de Bernard de Nonancourt y Laurent-Perrier sigue vivo hoy en día. La casa que ayudó a transformar es ahora una referencia mundial en el mundo del champagne, y sus creaciones, como el Grand Siècle y el Cuvée Rosé, siguen siendo apreciadas por conocedores y aficionados.
Hoy, bajo la dirección de su hija, Lucie Pereyre de Nonancourt, Laurent-Perrier continúa innovando y llevando la calidad del champagne a nuevas alturas, siempre manteniendo los valores de frescura, pureza y elegancia que Bernard instauró hace más de 70 años.
El 25 de octubre, cuando levantemos nuestras copas para celebrar el Día Mundial del Champagne, estaremos brindando no solo por una bebida, sino por una tradición centenaria que ha resistido el paso del tiempo y ha sabido reinventarse sin perder su esencia. Porque en cada burbuja de champagne, hay historia, pasión y, sobre todo, excelencia.
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