Aunque el aguacate se conoce desde hace miles de años, la extensión de su consumo en Europa es bastante más reciente en el tiempo, en gran medida impulsado por valores asumidos en las sociedades modernas como su alto contenido en nutrientes y el hecho de que su ingesta resulta beneficiosa para la salud.
Estas bondades, a las que sin duda se une su exótico sabor, han generado una ascendente demanda que lo ha convertido en un cultivo creciente y protagonista, y por asociación un producto codiciado por los amigos de lo ajeno, auténticos saqueadores de fincas y todo un quebradero de cabeza para los propios agricultores y la misma Guardia Civil.
Con todo, la llamada fiebre del oro verde también plantea un evidente dilema: su elevado requerimiento en agua, una circunstancia que contradice los principios del equilibrio ecológico y la lucha contra el cambio climático.
Las evidencias arqueológicas constatan su consumo en América Central ya desde el año 10.000 antes de la Era. Los aztecas llamaban ahuacatl a esta fruta, que en su idioma significa testículos de árbol, mientras los conquistadores españoles la bautizaron por derivación fonética con el nombre de aguacate.
También resulta probado que fue el militar e historiador español Gonzalo Fernández de Oviedo el primer europeo en degustar un aguacate, o al menos en describir por escrito su sabor, al que se refiere así en su obra Sumario de la natural historia de las Indias de principios del siglo XVI: “En el centro de la fruta hay una semilla, como una castaña pelada, y entre ésta y la cáscara está la parte que se come. Es abundante, similar a la manteca y de muy buen gusto”.
A pesar de tal antigüedad no sería hasta mediados del siglo XVIII y durante el XIX cuando comerciantes indianos y familias acomodadas desembarcaron en Canarias algunos ejemplares de aguacateros, pero paradójicamente no los concebían como árboles alimenticios, sino para que proporcionaran sombra a los jardines.
El desarrollo del aguacate como cultivo comercial arrancó a nivel mundial en la primera mitad del siglo XX. En el caso del Archipiélago no fue hasta 1953 cuando se empezaron a realizar estudios sobre este cultivo en el Jardín Botánico de Aclimatación de la Orotava.
Por aquel entonces, el Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA), organismo adscrito al Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), importó cultivares de California y Florida, algunos de los cuales constituyen la base del actual comercio en las Islas, contando también con aguacates de raza antillana, que frente a las variedades mexicana y guatemalteca ofrecen más tolerancia a las condiciones salinas propias de las Islas, además de una mayor resistencia a suelos calcáreos.
Un cultivo en auge
Si bien en los años noventa del siglo pasado la superficie dedicada a aguacateros disminuyó considerablemente en las Islas, a partir del 2010 se inició una paulatina recuperación y en la última década se ha vivido una eclosión formidable, hasta tal punto que este fruto ha duplicado el número de hectáreas ocupadas, casi siempre mediante la reconversión de fincas y a costa de la merma del plátano, la viña o la papa.
El boom del aguacate se ha convertido en un fenómeno socioeconómico que se asocia a los nuevos modelos de consumo y de vida, a los patrones de una dieta saludable. No obstante, es preciso señalar que quienes consumen regularmente esta preciada fruta tienen un nivel socioeconómico y cultural, unas dietas y unos estilos de vida que otras personas no pueden alcanzar y para quienes consumir aguacates representa un lujo por una simple cuestión de renta.
Esta fruta contiene una gran cantidad de grasas monoinsaturadas, fibra y otros micronutrientes, y según un estudio de la Universidad de Harvard consumir uno o dos aguacates a la semana reduce objetivamente el riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares entre un 15 y 20%.
Es un producto ideal para el desayuno, el almuerzo e incluso la cena; se consume naturalmente en crudo, pero también a la brasa o la plancha, y resulta apto para cualquier rango de edad. Las recetas con aguacate son infinitas.
Atrás quedaron los tiempos en que el guacamole mexicano o la salsa guasacaca venezolana se presentaban como su única fórmula, también aquel cóctel de gambas rellenando un aguacate entre un baño de salsa rosa, clásico entrante navideño y presente en los banquetes de boda allá por los 80. De hecho, cada vez más a menudo acompañan a unas tostas, son protagonistas en ensaladas, dan sabor a zumos, se funden con tartares e incluso aparecen como ingrediente sustancial en los mojos.
En el Archipiélago se conocen más de 20 variedades, aunque a nivel comercial destacan la Hass (piel rugosa) y la Fuerte (piel lisa), en menor medida la Pinkerton, en el mercado desde septiembre hasta junio, mientras la Reed, de forma redonda y más escasa, sólo se da en el periodo estival, entre junio y agosto.
La mayoría de la producción se concentra en Tenerife y La Palma (esta última isla capitaliza el 60% del global del Archipiélago), donde se dan las condiciones ideales y por tanto donde más ha crecido la superficie cultivada. En este contexto, España se sitúa como el primer productor de aguacate de la Unión Europea, con el 77% de total, siendo además el primer exportador.
Alza de precios
El precio del aguacate en las Islas ha llegado a cuadruplicar lo que se paga en la Península. Esta circunstancia se da ocasionalmente, en los meses de verano y cuando escasea la producción, y se debe, en buena medida, al hecho de que el Archipiélago se rige por una orden de 12 de marzo de 1987 que establece normas fitosanitarias relativas a la importación, exportación y tránsito de vegetales con el fin de evitar plagas. Así, esa barrera fitosanitaria impide importar aguacates frescos, mientras que en el mercado peninsular conviven la producción nacional con la exterior.
Los números no engañan. El aguacate llegó a alcanzar en septiembre de 2023 unas tasas inéditas, entre los 14 y los 17 euros/kilo, muy superiores a los 3,5 euros de la media peninsular. Además de coincidir con el verano, cuando la fruta está fuera de temporada, se sumaron circunstancias coyunturales como el efecto añadido de las altas temperaturas y la falta de disponibilidad de agua que redujeron una ya de por sí escasa cosecha. A comienzos de este mes de octubre, el precio rondaba los 10 euros/kilo.
Lo cierto es que desde hace unos años se venía observando una tendencia creciente. En el 2020 y el 2021, los vientos que azotaron la isla de La Palma afectaron a los aguacateros e incidieron en la subida de precios, dado el carácter de los cultivos palmeros como proveedores del mercado regional, inconveniente al que se sumaría además la fatal erupción. En el verano del 2022, las tarifas volvieron a dispararse, hasta el punto de que el kilo osciló entre los 13 y los 16 euros/kilo.
La codicia y el robo
En este escenario, los amigos de lo ajeno han encontrado un campo abonado, contribuyendo con sus continuados robos a encarecer aún más el valor final del producto y, sobre todo, a generar un clima de incertidumbre y desazón entre los agricultores. Además, tal estado de cosas ha conducido a que algunos productores hayan adoptado malas praxis en la comercialización con la recogida temprana de las cosechas a fin de evitar sustracciones, resintiéndose el producto.
En este sentido, la Asociación de Agricultores y Ganaderos de Canarias (Asaga Canarias) advierte que comportamientos como estos ponen en riesgo el futuro del cultivo. De hecho y ante la cantidad de denuncias recibidas cuestionando la calidad del aguacate canario en los puntos de venta, esta organización hace un llamamiento a los agricultores para que recolecten la fruta en el momento óptimo de maduración.
Lo cierto es que los robos en fincas se han venido sucediendo sin pausa en los últimos años, provocando una evidente alarma social y poniendo en jaque el futuro de pequeños agricultores, explotaciones familiares que fían su supervivencia al buen rendimiento de las cosechas y a una óptima comercialización.
Según un informe de la Unión de Uniones de Agricultores y Ganaderos, Canarias fue en 2023 la región de España que sufrió más robos agrícolas, 24,95 por cada 1.000 explotaciones, y la que logró la cifra más alta en cuanto a denuncias resueltas, con un 31% de las presentadas. Ahora bien, el año pasado también disminuyó la cifra de demandas interpuestas. Para muchos agricultores, la vía judicial supone una pérdida de tiempo, aducen que la justicia es lenta, y de dinero, por los costes en abogados y procuradores. Y además cuestionan su operatividad.
Durante este año y hasta principios del mes de septiembre se habían sustraído alrededor de 3.500 kilos de aguacates, con un valor de mercado cercano a los 14.000 euros. La Guardia Civil, a través del Equipo ROCA, había esclarecido 18 delitos de robo en fincas, principalmente en los municipios de Tacoronte, El Sauzal, La Orotava y La Victoria, con 14 personas encausadas, cuyas diligencias se enviaron a las autoridades judiciales.
La investigación reveló que los delincuentes han variado su modus operandi. Así, durante el día un vehículo distribuye a los delincuentes en diferentes fincas, estos recolectan los aguacates y mediante llamadas o mensajería avisan al conductor del vehículo para que los recojan junto con el producto sustraído.
A nadie escapa que los aguacates robados buscan un canal de salida en el mercado negro. De ahí las sucesivas campañas impulsadas por el Cabildo de Tenerife para concienciar a la población sobre la importancia de denunciar a las autoridades los robos en fincas o la presencia de aguacates cuya procedencia no esté debidamente identificada, sin la preceptiva trazabilidad.
La huella hídrica, una paradoja
La revista Renewable Agriculture and Food Systems de la Universidad de Cambridge publicaba en septiembre de 2023 un artículo firmado por Noelia Cruz, doctora en Desarrollo Regional e ingeniera Agrícola, investigadora de la Universidad de La Laguna (ULL), y los profesores Juan Carlos Santana, de la ULL, y Carlos Álvarez Acosta, del Instituto Canario de Investigaciones Agrarias (ICIA) en el que se analizan los principales cultivos de Canarias atendiendo a su huella hídrica (HH), un parámetro que cuantifica la cantidad de agua necesaria para la producción de alimentos.
Según se desprende de este estudio, el cultivo de plátano consume unos 340 metros cúbicos de agua por tonelada, mientras que para los mismos parámetros el aguacate precisa nada menos que 1.741, hasta cinco veces más.
En opinión de Noelia Cruz resulta vital realizar estudios sobre la huella hídrica de los principales cultivos con el fin de identificar las prácticas de riego más apropiadas y establecer recomendaciones para el ahorro de agua mediante la mejora de estas prácticas. Teniendo en cuenta que el sector agrícola se enfrenta a un cambio por el incremento de las temperaturas y a una variación en la disponibilidad de agua, debido a los efectos del cambio climático, la estudiosa señala que se precisa diseñar estrategias útiles para el ahorro de agua basadas en la estimación de la huella hídrica.
El doctor y catedrático Lluís Serra, rector de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, subraya en un artículo publicado en la revista Pellagofio de marzo de 2024 que “el aguacate es salud para el ser humano, pero también un derroche medioambiental”.
El profesor explica que una persona que consuma un aguacate diario al final del año ingiere 365 aguacates, unos 66 kilos. Está consumiendo 120.000 litros de agua, el equivalente a llenar la cuarta parte de una piscina reglamentaria de 25 metros de largo o la totalidad del agua de una piscina privada de 12 x 5 metros y 2 de profundidad. Y además habrá invertido más de 500 euros en su compra, algo totalmente prohibitivo para la mayoría de familias. Por ello concluye que el consumo diario de aguacate “es algo totalmente inasequible e insostenible”.
A manera de corolario, Lluís Serra sentencia:
“El aguacate encarna el drama mundial del agua, con lo cual se convierte en un dilema: al comprarlo y consumirlo en abundancia contribuyes a empeorar las consecuencias del cambio climático y eludes tu responsabilidad para contribuir a su mitigación”.
En opinión de Noelia Cruz resulta vital realizar estudios sobre la huella hídrica de los principales cultivos con el fin de identificar las prácticas de riego más apropiadas y establecer recomendaciones para el ahorro de agua mediante la mejora de estas prácticas.
Teniendo en cuenta que el sector agrícola se enfrenta a un cambio por el incremento de las temperaturas y a una variación en la disponibilidad de agua, debido a los efectos del cambio climático, la estudiosa señala que se precisa diseñar estrategias útiles para el ahorro de agua basadas en la estimación de la huella hídrica.
El profesor explica que una persona que consuma un aguacate diario al final del año ingiere 365 aguacates, unos 66 kilos. Está consumiendo 120.000 litros de agua, el equivalente a llenar la cuarta parte de una piscina reglamentaria de 25 metros de largo o la totalidad del agua de una piscina privada de 12 x 5 metros y 2 de profundidad. Y además habrá invertido más de 500 euros en su compra, algo totalmente prohibitivo para la mayoría de familias. Por ello concluye que el consumo diario de aguacate “es algo totalmente inasequible e insostenible”.
A manera de corolario, Lluís Serra sentencia: “El aguacate encarna el drama mundial del agua, con lo cual se convierte en un dilema: al comprarlo y consumirlo en abundancia contribuyes a empeorar las consecuencias del cambio climático y eludes tu responsabilidad para contribuir a su mitigación”.
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